“Je suis perdu”

Si hay algo que temo cuando viajo solo al extranjero, es sentirme perdido en un territorio desconocido. Cuando estoy desubicado y desorientado me siento más vulnerable y las alertas de peligro se disparan. Pero por otro lado, la idea de caminar despreocupadamente, sin rumbo definido y abriéndome camino por dónde me place, lo encuentro una experiencia tan liberadora, que me resulta difícil resistirme.



Puerta Bab Bou Jeloud, una de las principales de la medina de Fez.

Para encontrar y vivir tu propia aventura necesitas ser la causa y aceptar las consecuencias que generará tu decisión, así no estén todas bajo control. Si sientes que te merecerá la pena, has de abrir la mente y exponerte. No hay más. En este sentido, cuando fui a Marruecos, pensaba en él como el mejor escenario posible. Las medinas de algunas de sus ciudades son como un entresijo de estrechas calles laberínticas, dónde tiene lugar la actividad diaria del mercadeo de productos. La gente camina por las vías principales y las colma en las horas punta. Los carros tirados por hombres o burros irrumpen y se abren camino entre la gente con el grito de ¡balak, balak!


"Estás perdido y lo sabes". Algún lugar en la medina de Marrakech

Cuando me adentré por primera vez en la medina de Fez, había tantos estímulos a mi alrededor, que en cierto modo me sentía como los bebés al entrar por primera vez en un hipermercado. Recuerdo los montones de frutas sobre tablones de madera, los olores de las barbacoas dónde se asaba la carne de los bocatas callejeros y dónde se cocinaban los tajines. Las cabezas de camello colgadas en las carnicerías, los pollos enjaulados y el olor fétido de las curtidurías. Me fascinaban los puestos de especias, dónde la cúrcuma y el jengibre aromatizaban el ambiente cercano; y también el aroma fresco, y detectable desde varios metros, de los ramos de menta amontonados en carros, que la gente seleccionaba buscando los de mejor pinta. Las bandejas con tortas de pan tapadas por paños para mantener la humedad, apoyadas sobre la cabeza de quienes las llevaban hacia los hornos comunitarios. Las carpinterías y los talleres de costura, las tiendas de productos artesanales para el cuidado personal, con el aceite de Argán como atrayente principal. Los puestos de artesanía del cuero, joyerías y tiendas minúsculas de vestidos de mujer. Las coiffeurs o peluquerías para caballeros. Los frecuentes ¡hello!, ¡my friend!, ¡amigo!, ¡eh, amigo! para captar tu atención y ofrecerte algún producto.


Tajine de ternera (escondida bajo las verduras).

Pero la verdad, no fue fácil moverse por allí. Al principio me costó salir solo a la calle, fue un choque cultural importante. Sentía que los prejuicios me provocaban bastante miedo, pero poco a poco fui animándome. En Fez me perdí dos veces seguidas en la medina y en Marrakech otra. Allí discutí con un falso guía que intentaba aprovecharse de mi desorientación y dinero; no le guardo rencor. Cuando viajaba en tren a una ciudad de la costa, me confundí en el trasbordo y tuve que bajarme en una estación, coger un taxi (éramos ocho personas en un antiguo mercedes: cuatro delante y cuatro atrás) y dos trenes más para llegar hasta mi destino; pasé todo el santo día viajando con la inquietud de no saber muy bien dónde anda uno. Y seguro que, como muchos otros, durante los catorce días pagué bastante más por cosas que allí no costaban tanto. Así es Marruecos. Al final tenía tan abierta la mente que creo que habría acogido de buen grado un atraco, con su navaja hecha a mano y su voz intimidante, ¡todo muy local!

Sinceramente, me mereció mucho la pena. La gente que conocí, los paisajes que vi, la riquísima comida que degusté y el té a la menta. Me volví adicto a él. Las nuevas ideas con las que regresé, sobre mí, sobre otras personas y sobre otra cultura. Una experiencia muy enriquecedora.


Cascada en Ouzoud

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